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    Club Deportivo Castellón - Año 1922
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El puto C.D.Castellón

Eran de plástico, mis botas. No es que yo perteneciera a una familia pobre, ni que pretenda hacer enternecedora la historia. Es que, sencillamente, solían ser de plástico. Recuerdo con 7 años ver a los niños que jugaban en el C.D.Castellón como seres especiales. ¡Qué niño tan grande y bueno!. Juega en el Castellón, y lo miraba como si fuera la rehostia.

Recuerdo que llevaban el clásico equipaje albinegro, ya de esos semibrillantes que llevaban serigrafiado y no cosido el escudo y calzas de lana, sí, de lana, aunque fuera mayo o junio. Y apalizaban a sus rivales. Porque los que jugaban en el Castellón eran buenos o muy buenos, no tenían rival.

Y qué decir de los mayores, los que jugaban en Castalia. Ese Castalia en el que unos cuantos marranos sentados en el foso, escupían al linier desde el minuto 1 y le rociaban por el pescuezo el vino de sus botas. Guardo una imagen imborrable de ver acercarse a Ibeas para lanzar un córner. Llevaba una mancha de barro en la cara. Dio unos pasos hacia atrás hasta casi tocarme con su espalda y golpeó el balón de rosca y con virulencia. Qué cara de matón, qué fuerza. Joder, qué sensación, los veía como superhéroes, impactaban mi vida.

Luego, al poco tiempo, tras una etapa bonita en el Tonín, tuve la suerte de jugar en el benjamín del Castellón. Arrasábamos. Me acuerdo de tener una sensación nada humilde, de sentirme importante. Menuda tontería vista desde la distancia del recuerdo, pero señores, yo jugaba en el puto C.D.Castellón. Lo sabían todos los niños del colegio. En los partidos, a la hora del patio, solía vacilar. Supongo que me hacía pasar por un niño modesto, pero en realidad, cuando jugábamos a fútbol, sabía que era de los buenos y que algún niño, me miraba como yo miraba, tres años atrás, a los niños del Castellón.

Pasaron los tiempos, marché del club por flaco o por malo, o por las dos cosas. Era la época en que escuchaba a Chencho por la radio, me creía lo que ponían los periódicos, iba al Castalia nuevo a ver partidos de Copa entre semana con los amigos del instituto y recuerdo esas romerías por calle San Roque como si fuera ayer, para ver a mis ídolos, a mi equipo. Vivir el ascenso a primera fue brutal. Cada domingo, jugándonos la vida (en primera persona del plural a pesar de ser una puta S.A.D), ganando muchos partidos por 1-0. Recuerdo una acampada en Pascua, escuchando el Mollerusa 0 - Castellón 3 y concluir que la cosa iba en serio. Era la época en la que nos alegrábamos de que el Villarreal subiera a segunda división B y A y le dejábamos jugadores. ¿Qué cosas verdad?.

Hasta que volví al amateur. No sé si era un joven muy inmaduro o es que antes éramos así, pero seguía viendo a los jugadores del primer equipo como casi extraterrestres. Creo que volví al club por recomendación de Paco García Hernández y porque mi amigo (desde entonces) Pepe Heredia confió en mi. La verdad es que desde el primer momento no vi en ello un posibilidad de triunfo, de trampolín, sino como un premio casi final. Jamás pensé que llegaría lejos. Mi padre me decía que era pesimista. Pero no, era realista. No lo hacía mal, pero era un poco paquete. Y llegó el día. Debuté en el primer equipo. Pero no porque fuera bueno, sino porque el primer equipo jugaba en dos lugares a la vez un mismo día de pretemporada y algunos subimos para completar la convocatoria. "Cesar, mañana te vas con el primer equipo". Puntos suspensivos, ..., qué sensación, qué raro... ¿yo?.

Jugamos en Sagunto, contra el Acero, ese equipo que ahora nos parece el Bayern de Munich cuando le visitamos. Y jugué 20 minutos. Nunca olvidaré estar en el autobús, bajar, entrar al vestuario y jugar. Y menos aún calentar en la banda y que la gente me mirara como un jugador de un equipo de segunda división A, nada más y nada menos.

Y no les cuento lo que pensaban y me decían mis amigos. El camarada de travesuras y botellones se subía al autobús del Primer equipo.

Y fue pasando la temporada y subí a entrenar con el equipo alguna vez. Lo que pareció especial en un primer instante, acabó por ser una especie de tortura. Mis sospechas se confirmaron: era un paquete. En los partiditos de los jueves, Punisic y Mladenovic, siempre en contra, me reducían a la nada. No era que no quisiera, es que no podía.

Ascendimos y me echaron. Siempre he visto al club como una institución muy importante y como tal, el amateur merecía mejores jugadores que yo. Al menos, eso pienso ahora. Entonces fui un poco egoísta, quería seguir y me despidieron, eso sí, con frialdad y tarde. La verdad, el club era bastante soberbio aquella época. Supe que en una lista, Paco Causanilles me describió como "alto altísimo, malo malísimo". Como casi siempre, es una sóla opinión, pero les aseguro que Don Paco será lo que será, pero de fútbol sabe un huevo.

Y desde entonces hasta aquí, siendo ya adulto, alguna alegría y mucha impotencia. Y muchas preguntas:

¿Por qué Bonet vendió el club a Castellnou habiendo ofertas locales (al menos, eso se dice, yo no lo sé)?, ¿Por qué Castellnou devaluó su empresa haciéndola valer menos, desapareciendo y descendiendo el club?, ¿la devaluó porque alguien les pagó para ello?, ¿por qué la clase política no ha ayudado en el proceso judicial a Sentimiento Albinegro?, ¿por qué el abogado del ayuntamiento tenía órdenes del PP de no ayudar?, ¿para qué sirven la RFEF y el CSD si no ayudan a clubes con la carga simbólica de nuestro club?, ¿de quién es el club ahora, de Osuna o de Cruz?, si Cruz no ha pagado a Osuna, ¿por qué Osuna no recupera el club?, ¿por qué determinados periodistas con capacidad de influir distorsionan la realidad y no son justos ni veraces a sabiendas?

Y todo eso, ahí queda, sin respuesta. Los jugadores ya no son superhéroes, ahora son jóvenes sin más, privilegiados por vestir ese escudo, incapaces de revertir la situación. Personas con capacidad de liderazgo o pasado legítimo albinegro han desaparecido, primando el pragmatismo de la rendición sobre otros valores más idealistas. Los que siguen yendo de romería por calle San Roque, son hoy aficionados más por lealtad y rebeldía que por ilusión. Incluso lejos de ser como mínimo respetados, llegan a ser considerados como tontos, “encara vas a Castàlia, bobo?”, como si cambiar o dejar de ser de un equipo fuese como cambiar de bar por la calidad del café.

Y los políticos y beneficiados de esta tan triste como cansina historia, unos mudos y observando y los otros surfeando en la ola del fútbol moderno de los billetes.

¿Y el periodismo?, sí, ese que se enseña en las facultades y se olvida en la profesión. Pues bien, salvo honrosas excepciones, se observan pregoneros, superados por el relato, sabiendo a quién pueden pegar y a quién está prohibido, libres para contar las miserias de los pobres y atenazados en buscar la verdad. O peor aún, en ocasiones, vendiendo historias más propias de las telenovelas de sobremesa o creyéndose las verdades de cuatro “furtapatos” alérgicos al ostracismo.

Y qué decir de los veteranos, qué raro suena lo de Santander, esa asociación de exjugadores con capacidad crítica, de liderazgo y suficiente arrojo como para intentar una solución.

En este entorno tan fúnebre, a veces enfermizo concurso de “a ver quién es el más albinegro”, y descansando el alma en la irrefutable verdad de que el fútbol no es lo más importante en mi vida, de momento, prefiero quedarme con mis recuerdos del pasado, y mis amigos del presente en clave albinegra. Amigos porque, precisamente, son lo que dicen ser, ni más ni menos.

Yo jugué en el puto C.D.Castellón y ahora sigo siendo del puto C.D.Castellón. Como comprobarán, la palabra puto puede tener dos acepciones muy distintas.

C.D.Castellón, un puto milagro a rayas (Emilio Álvaro dixit).



César Ramos

Sentimiento Albinegro y aficionado de grada.

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